Alex J. Taylor {id}

DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA
Imprevisible e inesperada sorprende y siempre deja a todo aquel que la rodea con la boca abierta. Un día dice una cosa, y al otro día hace otra. Es una tarde de primavera, que te despierta con una brisa fresca y por la tarde te pega de lleno en el rostro con ese sol radiante. No es hipocresía, es libertad, la libertad de poder cambiar de parecer, de poder hacer lo que se le antoja a primera hora de la mañana. Cuenta con una confianza y una seguridad que le permiten ir por la vida sin necesidad de andarse fijando y preocupándose por lo que dicen sobre ella. Es directa a la hora de ir al grano, no conoce los rodeos y cuando tiene algo entre ceja y ceja, es difícil que se le borre de ahí hasta que lo cumpla. Así como aquello le quema la cabeza a ella, quemará la cabeza de los demás hasta conseguirlo. De gran imaginación y originalidad, casi siempre está fantaseando con historias irreales y plasmándolas en un papel, tanto en forma de texto o de dibujo. Es hiperactiva, prefiere perder sueño a perder experiencias. Su velocidad mental es de vértigo. Si quieres contarle algo tiene que ser muy bueno o muy rápido. Si deseas capturar su interés, no le cuentes tu vida, deja que la descubra ella. Es otra de sus aficiones preferidas. Le encanta provocar pero no siempre lo hace con la intención de normalizar. Tiene el don de saber cuántas caras tienes, cuántas miradas, respiraciones, gestos o sonrisas y el significado de cada una de ellas. Otro de sus dones es el de repartir humildad, felicidad, sinceridad, amor y vida a las personas que la rodean y que ella quiere. Siempre encuentra las palabras apropiadas y las caras correspondientes para cada momento, para cada situación en la que se encuentra.

Es fascinante y sorprendente. Cuando la ves por primera vez, no sabes quien es, sólo que va a un ritmo avanzado para el ser humano. Es una eterna adolescente fascinada de la vida. La primera vez te saludará con un apretón de manos o algún beso en la mejilla, aunque la despedida de ese primer encuentro seguro que acabará con un enorme abrazo de oso. No hace falta mucho tiempo para conocerla, durante pequeños instantes se abre, compartiendo trabajo, risas, palabras y momentos mágicos, abrazos, regalos y algún que otro llanto. Si la conoces más, puedes llegar a un punto en que con sólo escucharos por teléfono, podréis saber qué le pasa a uno o al otro; será el principio de una larga e inmortal amistad en que un día buceando por este gran mar, que es la vida, encontrarás dentro una ostra que contenía esta perla fascinante y brillante. Tiene diecinueve tiernos años, pero aparentamente no cumplirá muchos más, irá repitiendo eterna adolescencia año, tras año. De ahí su frescura. De ahí su limpieza. De ahí que siga pensando que si puede imaginarse, puede hacerse. Carrie es poderosa porque no se rinde nunca. Y como último recurso, negocia. Ha aprendido a perder con el único objetivo de ganar. Y se hace más fuerte. Y sale a saciarse de vida.

Ella solamente intenta ser feliz día a día. Cree en un mundo abstracto y al alcance de todos, un sitio cálido donde los besos pueden durar diez minutos, donde los desconocidos pueden ser tus mejores aliados, donde el contacto físico pierde su connotación sexual, donde el cariño es algo tan cotidiano como comprar el pan, donde el miedo pierde su significado, donde la muerte no es eso que les pasa a los demás, donde la vida es lo más valioso, donde todo está donde tú quieres que esté. Un terremoto imparable, esa es ella. La hippie de la familia. Con mil ideas y pájaros en la cabeza, completamente distinta el resto, completamente irregular.

HISTORIA
Amélie, estudiante de bellas artes tenía un futuro prometedor como gran pintora, tenía un don para la pintura, mientras que Richard, de una familia de clase baja no había podido ir a la universidad por los pocos recursos de su familia. ¿Cómo se conocieron? En una fiesta a la que Richard fue invitado por error, era diferente de Amélie, la guapa, segura y de buena familia Amélie. Pero coqueteos y tonteos hicieron que entre ellos surgiera una pequeña chispa. Al principio un poco de odio, pero luego se transformó en amor y pasión. Sólo estuvieron una noche juntos, sólo una, y les bastó para darse cuenta que pertenecían el uno para el otro. Su historia duró aproximadamente seis años cuando un accidente estuvo a punto de llevarse la vida de la joven Amélie, a la edad de 26 años. Las culpas fueron a recaer en el pobre Richard, pero él no había hecho nada, ni siquiera estaba con ella en el momento del trágico accidente. Los médicos dieron por perdida la batalla para resurgir de Amélie, estaba en un profundo coma del que no iba a despertar. Unas brujas, hechiceras, dioses, o vete tú a saber qué eran, se apiadaron de ella y del ya tan enamorado Richard. ¿Cómo iban a dejar que un amor tan fuerte y verdadero muriera por culpa de un camionero borracho que había estrellado su camión contra el pequeño cochecito de Amélie? Ella despertó de su coma, como si no hubiera pasado nada. Tenía un leve dolor de cabeza, pero estaba bien: se había recuperado. Le habían dado otra oportunidad para vivir, para realizar sus sueños.

Richard estaba de acuerdo con lo que ella quería, así que Amélie se fue de París hasta Londres para conocer nuevas influencias para su pintura, mientras Richard trabajaba en París, para darle el futuro que ella siempre había soñado, un futuro lleno de riquezas y éxitos. Cuando Amélie acabó lo que tenía que hacer en Londres, volvió a Los Ángeles para encontrarse con su gran amor Richard, quien había comenzado con hacerse con una pequeña fortuna, no mucha, pero la demasiada para vivir ellos dos solos como dos reyes. Pero no iban a estar ellos dos solos durante mucho tiempo. Dos meses después descubrieron que Amélie estaba embarazada, así que tuvieron que casarse para que su hijo no naciera fuera del matrimonio, durante esas fechas no estaba bien visto eso. El niño, al que bautizaron como Oliver, fue una bendición de los dioses. ¡Ya habían sido obsequiados con dos tesoros! El primero, la vuelta del coma de Amélie, y el segundo con su pequeño primogénito. Amélie empezó a trabajar como camarera, mientras en sus ratos libres pintaba cuadros que al principio no eran acogidos por los grandes compradores hasta que, un día, un cuadro de los suyos, retratando a su hijo aparecía con una niña de cabellos morenos, sonriente, siendo la chispa de la vida. Amélie no recordaba haber pintado a esa niña, pero descubrió a los dos días de eso, que volvía a estar embarazada. El cuadro se vendió por una gran cantidad de dinero, y a partir de entonces su nombre ha sido muy conocido en el mundo del arte.

La llegada de su segunda y última hija no fue esperada, pero tampoco fue no deseada. Sabían que su hija iba a ser una luchadora, una guerrera como su madre, así que la bautizaron como Alex, la diosa de la guerra. Lex, sonriente siempre que podía, se encargaba de darle el toque de alegría a su casa cuando faltaba, que muy pocas veces faltaba. La niña, desde muy pequeña se interesaba en el arte, al igual que su madre. Le gustaba sentarse con ella en su estudio y mirar como trabajaba, como usaba las manos y cómo a través de ella salían cosas tan bonitas. A la edad de seis años, pintó su primer cuadro. No como los de su madre, diferente, con cierta magia impregnada en cada centímetro del lienzo. Era precioso para ser de un niño de seis años, muchos de los artistas locales más consagrados hubieran querido saber hacer cuadros con tanta pasión y que transmitieran tanto como el de la pequeña Alex.

Pero el tiempo fue pasando, y mientras compartía la afición de la pintura de su madre, también adoraba el baile. Hacía ballet, le encantaba, pero las bailarinas de ballet sufren muchísimo presión, y eso Lex no lo sabía cuando comenzó a practicar el bello arte de la danza. Crecía con bailarinas profesionales más mayores que ella, quería ser una de ellas, tener tales movimientos tan perfectos y sincronizados, pero siendo tan perfeccionista como ella era jamás lo lograba. Ella comenzó a visualizarse como una persona torpe e inútil, y atribuyó el hecho de que no supiera bailar a su peso. Sentía que cada bocado que daba a cualquier tipo de comida la alejaba más de su pasión el baile, de lo que era su arte favorito, así que empezó una terapia, o así era como lo llamaba Alex, pero en realidad era una enfermedad de la que le ha costado bastante salir. Era bulímica. Todo lo que comía lo vomitaba, y sus padres no tenían ni idea. Cuando tenía 17 años la descubrió su hermano mayor, en el baño, vomitando todo lo que acababa de comer, una gran cantidad de comida que ni siquiera un dios era capaz de comer. Esa fue la primera vez que pidió ayuda, y si no hubiera sido por su hermano, ella habría acabado en un hospital o siendo pesimistas, bajo tierra enterrada. Se volvió a apoyar en la pintura y lo que suponía para ella, no dejó de bailar, seguía haciéndolo pero era más consciente de lo que hacía. Su enfermedad estaba siendo superada poco a poco, y le debe muchísimo a su familia por esto.

Al final, descubrieron que esos traumas que tenía iba a seguir teniéndolos en la ciudad de París, donde todo el mundo es perfecto en el ballet y ella se sentía inferior, así que sus padres o más bien Lex, tomó la decisión de adentrarse al mundo de la fotografía mudándose a USA, junto con su hermano, para entrar a una de las universidades más prestigiosas de allí con el objetivo de poder contemplar y estudiar el arte de un mejor punto de vista. Sin dudas elegir aquel destino fue exitoso, los rastros de bulimia que quedaban por desechar desaparecieron cuando se centró en el arte nuevamente, mientras que su salud y bienestar volvían a la normalidad.